lunes, 8 de febrero de 2016

Mis oscuras golondrinas

Oye.
¿Dónde estás? ¿Qué es esa mancha gris que inunda mis pupilas? Venga, dame la mano, tengo miedo. No te encuentro... ¿Por qué no te siento?

Oye.
Esto está muy oscuro, ven, por favor.
Acércate, deja que te toque... Dijiste que si me cogía de tu brazo no podía pasar nada malo.

Pues... ¡Ven!
Ya ni siquiera te siento, ¿dónde te has ido? ¿vas a volver? Estás como ausente ¿no? Veo tu aura lejos pero a ti no. Es este velo gris que no... No me deja respirar.

¿Dónde estás?
Vuelve pronto, por favor, no sé caminar sin ti. 
Si tú no me enseñas los pasos, ¿dónde voy? Si no me sé el camino de vuelta a casa.
Me trajiste hasta aquí y ahora parece que me he quedado sola.

¿Dónde estás?
Si ya ni te recuerdo. 
Podría percibir el olor de ciertas caricias y abrazos, de ciertas madrugadas: el olor a noche del que tanto me hablabas debajo de las sábanas...
Pero está muy lejos, no... No lo distingo bien. 

Oye.
Ahora que ya solamente eres cicatrices es cuando sé que te has ido y no vas a volver. Ahora que me has dejado marcada a besos, que mordisco a mordisco desgastaste mis labios y te fuiste, sé que por mucho que te haya pedido que vuelvas no lo vas a hacer.
Pero tranquilo, que ya te he olvidado.

Oye.
Gracias por cogerme de la mano, apretarla fuerte y haberme traído hasta el centro de este bosque, e incluso puedo darte las gracias por no dejarme saber volver, porque así puedo trazarme yo mi propio camino de vuelta, incluso rehacer mis pasos y construir, lejos de casa, un nuevo hogar.

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